Cuando el Bar El Chino cerró sus puertas definitivamente en 2007, los peregrinos de esos rituales tangueros en Pompeya se sintieron desamparados. Las inolvidables ceremonias durante la década del noventa en ese reducto tanguero tuvieron inconscientemente para la nueva escena indie del género el impacto y la importancia que tuvo La Cueva para el rock en los sesenta. Con El Chino Garcés (fallecido en agosto de 2001), como alma máter y anfitrión, el espacio abrazó varias generaciones -los viejos tangueros y los neófitos-jóvenes llegados del rock- y los juntó en un mismo sentimiento. "Esto es lo verdadero, como se usaba antes, ¿viste? Acá no hay micrófono, acá no hay escenario, acá tenés que cantar o cantar", decía El Chino, en uno de los tantos documentales alrededor de su magnética figura, para mostrar el espíritu arrabalero y ancestral de esos reductos, donde nació el tango.
El bar Los Laureles, de 1893, enclavado en Barracas al Sur (Iriarte 2290), continúa de alguna manera con esa mística barrial de El Chino. Su dueña, Doris Bennan, era una habitué del bar de Pompeya y casi instintivamente buscó recrear esa atmósfera en su propia cueva tanguera, y en otro barrio con leyenda tanguera como Barracas. "La primera vez que me ofrecieron el bar Los Laureles pensé en esas noches del Chino o del bar Carlitos, a los que supimos ir y no están más. De alguna manera, esos lugares fueron los mentores de este proyecto. Desde la primera vez que alguien entraba a Los Laureles me decía que había algo del bar El Chino. Si bien no es igual, creo que está la sensación, el espíritu, esa cosa del bar de la esquina, donde surge el tango espontáneamente, donde se da lo que se tiene que dar", cuenta la dueña, Doris Bennan.