
Una gran reja de color gris, con una garita de seguridad al costado, forma parte del paisaje de la calle Dr. Ramón Carrillo 375, en el sur de la ciudad de Buenos Aires. Al entrar, una voz remarca con un buen día que, a pesar de que el reloj marque las 14, la educación y la cordialidad nunca se pierden. Aunque quizá sí la noción del tiempo. El silencio invade este lugar que recibe a la primera tarde fría de otoño y acompaña al enorme espacio verde que se debe atravesar para sortear la entrada del Hospital Psicoasistencial Interdisciplinario José Tiburcio Borda. Es ese mismo silencio el que también recorre algunas de las calles del nosocomio e invade a los pacientes que caminan solitarios esquivando los pequeños rayos de sol que intentan apaciguar las nubes tristes de frío. Al menos un rato. Al menos un par de cuadras. Pero el silencio que parecía inamovible se va fundiendo a medida que avanza la caminata. "¿Radio La Colifata?", repregunta uno de los internos, se da vuelta y abre camino a modo de guía, no sin antes dejar de pedir un cigarrillo o, en su defecto, dinero para comprar un atado. La radio La Colifata no se presenta como lo que el colectivo de gente imagina encontrar cuando se habla de una radio. No hay micrófonos fijos ni un estudio cerrado y mucho menos un solo locutor. Un gran cuadrado de cemento con varias sillas blancas alrededor conforman una suerte de escenario al aire libre. Dos computadoras, una consola, varios micrófonos y un colorido mural, que sostiene una pizarra blanca, completan el estudio radial.