viernes, 16 de diciembre de 2011

La balanza, un instrumento que atraviesa 6.000 años de historia

Bernardo Fernández las colecciona y armó un museo en su oficina de Barracas.


En su museo de 700 metros cuadrados ubicado en el edificio Central Park, en el barrio porteño de Barracas, el empresario inmobiliario Bernardo Fernández cuenta la historia de su colección de más de 1.800 balanzas. Tiene piezas de todo tipo y utilidad, algunas con fines específicos como pesar huevos, opio, papel, raquetas y hasta monedas.

Aficionado al arte, Bernardo también les presta sus instalaciones a artistas plásticos, que muchas veces pagan parte del alquiler con sus propios cuadros.

Bernardo tiene 73 años, aunque aparenta muchos menos. No sólo por su aspecto físico, sino por el tono jovial que elige para expresarse. Su historia está plagada de anécdotas, y entre ellas se destaca el inicio de su pasión por las balanzas. El empresario descubrió un aparato extraño en el altillo de la casa que sus abuelos tenían en España. Ese montón de hierros y madera resultó ser la balanza que usaban para pesar la mercadería en el almacén que tuvieron en Asturias. El, desde luego, decidió traerla para la Argentina.

“Tuve que conmover al personal de la aerolínea para que me dejaran subirla al avión. Les dije que era un objeto que pertenecía a mi bisabuelo y que quería llevarla a mi país. Cuando le pregunté al empleado de la compañía qué haría él en mi lugar, me dejó abordar”, recuerda.

Una vez en su oficina, y durante los momentos en que el trabajo permite distraer la mente, Bernardo comenzó a entender la importancia que estas herramientas tienen y tuvieron para el hombre. “Me di cuenta de que, con el avance de la tecnología, estos aparatos mecánicos iban a desaparecer. También entendí que la humanidad toda está marcada por las balanzas. El comercio, la medicina, la industria, absolutamente todo tiene una balanza en su proceso”, reflexiona el empresario.

Así fue que empezó, y hoy es todo un experto en el tema. De hecho, restaura él mismo cada pieza que requiera algún ajuste. Pero cuando de balanzas se trata, el mayor obstáculo que Bernardo debe afrontar para dar rienda suelta a su hobbie es la Aduana. “En un país que no es comercialmente libre, como la Argentina, es un gran problema. Hace un tiempo, un estadounidense me regaló una balanza grande. Cuando la fui a buscar al puerto me encontré con que tenía que pagar 700 dólares para ingresarla. Al final, el costo de importación superó al precio de la balanza en sí”, protesta.

Esos problemas no se comparan con lo que vivió en Cuba: “Le compré una balanza a un muchacho. Camino a donde haríamos el intercambio, él iba siempre mirando en todas direcciones, a tal punto que mi mujer pensó que me iban a matar. Pude comprarle, pero cuando despaché las valijas en el aeropuerto me llamaron por los altoparlantes. Al entrar a las oficinas, me hicieron abrir el equipaje y me decomisaron dos libros forrados en cuero que le había comprado a un amigo. La excusa que me dieron fue que me estaba llevando el patrimonio cultural de la isla. De las balanzas ni se avivaron, por suerte”.

Para Bernardo los riesgos valen la pena ya que no sólo colecciona antigüedades, sino que atesora el “instrumento más importante que tuvo el hombre desde hace más de seis mil años” y sostiene que “cada pueblo empezó con una plaza donde se comerciaba, y ese comercio era posible gracias a las balanzas”. El museo puede visitarse de manera gratuita en la calle California 2082 del barrio de Barracas.

Fuente: Clarin

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