Podrán ser las formas y colores que fluyen, como brisa, como olas, como pájaros, en el “museo” a cielo abierto que Marino Santa María empezó a pintar en 2001 sobre los frentes de las casas del Pasaje Lanín. También, la fachada del monumental edificio de la ex fábrica textil Piccaluga (1920), donde los pulcros ventanales guían la mirada hasta la gran cúpula ocre y plateada. O los pálidos ángeles de la iglesia de Santa Felicitas (1875), refugio de la historia de esa joven asesinada por un hombre despechado –y refugio también de la leyenda de su fantasma–.
Como señala Mariano Pini, guía del Ente de Turismo porteño, aquellos rincones, por ejemplo, son documentos de épocas de “un barrio que fue y es varios”.
Se trata de testimonios que evocan al Barracas de las quintas que desaparecieron a partir de la década de 1870, cuando la peste amarilla empujó a las familias ricas al norte de la Ciudad. Y al mundo obrero, el de la inmigración, las usinas paradas y la recuperación de la arquitectura industrial –en el caso de Piccaluga, como lofts–.
Acá todo empezó con galpones precarios que almacenaban cueros y supuestamente recibían esclavos a orillas del Riachuelo: las “barracas”.
El tango tuvo y tiene protagonismo. Por las peleas de compadritos, el bodegón La Flor de Barracas (1906) se llamó La puñalada y en Los Laureles (1893), hay milonga y micrófono abierto, reuniones entre la vieja y la nueva guardia. Y entre los planes más recientes apareció destinar 300 hectáreas del oeste al Distrito de Diseño.
Hubo demoliciones. Proliferaron las torres de departamentos. Faltan restauraciones. Así que no siempre dan ganas de fotografiar. Y entre los mejores souvenirs el barrio se instalan las sensaciones. La paz de la siesta, a pasos de las avenidas. La recreación de los perfumes de galletitas de la Bagley de los que todavía se acuerdan los vecinos.
A veces, uno puede quedarse incluso con las dos cosas: la selfie con los murales de la calle Lanín y la alegría que provocan, grabada en la memoria.
Un posible recorrido:
1) De película. ”Hay varias versiones de esta historia”, advierten en el Ente de Turismo porteño. A grandes rasgos, cuentan que la bella y rica Felicitas Guerrero (1846-72) se casó a los 18 años con Martín de Alzaga, de 50, tuvo dos hijos que murieron y enviudó. Martín Ocampo, para algunos amante suyo, para otros pretendiente, la mató cuando tenía 24 porque se enteró de que elegiría a Samuel Saénz Valiente para volver casarse. Y se suicidó. En 1875, los padres de la joven mandaron a construir una iglesia que combina rasgos neorrománicos y neogóticos alemanes. Una leyenda dice que allí sigue su alma, penando. La historia llegó al cine en Felicitas (2009), de Teresa Costantini. La iglesia está en Isabel La Católica 520.
2) Homenaje. A la Plaza Colombia la hicieron en 1937, tras demoler la quinta de la familia de Felicitas. Entre otros monumentos, cuenta conBarracas a la Patria, que Julio César Vergottini creó en 1940, explican en el Ente de Turismo de la Ciudad. Tiene un mástil de 25 metros y contaba con 5 figuras de bronce monumentales que "izaban" la bandera, pero fueron sacadas para restaurarlas y aún no las repusieron. Además, exhibe una gran placa, regalo de Colombia. La plaza se encuentra en Montes de Oca, Isabel La Católica, Brandsen y Pinzón.
3) De fábrica a complejo de lofts. La sede de la ex textil Piccaluga fue diseñada en 1920 por los arquitectos D. Donatti y V. Colomba en una parcela triangular de unos 7.000 m2. En 1965, pasó a manos de la compañía Revoltijo y luego a las de una fábrica de zapatillas. Después fue archivo de un banco. Hace más de una década, la construcción de rasgos funcionalistas fue reciclada para convertirse en un complejo de 70 lofts y comercios. Mantuvieron la fachada sobria y elegante y la cúpula, que encanta. En Lanín, Icalma y Salmún Feijoo.
4) Qué pinturita. A Lanín le dicen "la calle de los colores" porque los frentes de unas 40 casas fueron intervenidos con pinturas abstractas. La idea fue del artista y vecino, Marino Santa María, referente del arte público. Se inauguró en 2001, pintada, y en 2005, para que se conservara mejor, su creador sumó mosaicos y azulejos. Hoy formas y tonos abrazan hasta los troncos de los árboles. El conjunto del Pasaje Lanín encandila. Pero mirar cómo cada diseño se relaciona con la construcción sobre la que fue creado, casa por casa, cuadro por cuadro, también vale la pena.
5) Clásico renovado. El local de La Flor de Barracas abrió en 1906 y conserva su espíritu de bodegón y tango. Allí hubo peleas de compadritos y hay homenajes a los ex vecinos Angel Villoldo, padre del género, y Eduardo Arolas, “tigre” del bandoneón. Carlos Cantini, autor de un blog que cuenta cafés de Buenos Aires, Café contado, recuerda que por el local, pasaron payadores y orquestas típicas y, desde 2011, es Bar Notable. ¿Qué comer? De día, el “menú cuidado” (un plato, como milanesas o ravioles, y una bebida, $90) y de noche, opciones gourmet: "ensalada francesa" (rúcula, pera, queso azul y aderezo de almendras, $90) o "lonjas de lomo con panceta y morrones en salsa de pimienta negra con papas doradas" ($170). En Suárez 2095.
Se trata de testimonios que evocan al Barracas de las quintas que desaparecieron a partir de la década de 1870, cuando la peste amarilla empujó a las familias ricas al norte de la Ciudad. Y al mundo obrero, el de la inmigración, las usinas paradas y la recuperación de la arquitectura industrial –en el caso de Piccaluga, como lofts–.
Acá todo empezó con galpones precarios que almacenaban cueros y supuestamente recibían esclavos a orillas del Riachuelo: las “barracas”.
El tango tuvo y tiene protagonismo. Por las peleas de compadritos, el bodegón La Flor de Barracas (1906) se llamó La puñalada y en Los Laureles (1893), hay milonga y micrófono abierto, reuniones entre la vieja y la nueva guardia. Y entre los planes más recientes apareció destinar 300 hectáreas del oeste al Distrito de Diseño.
Hubo demoliciones. Proliferaron las torres de departamentos. Faltan restauraciones. Así que no siempre dan ganas de fotografiar. Y entre los mejores souvenirs el barrio se instalan las sensaciones. La paz de la siesta, a pasos de las avenidas. La recreación de los perfumes de galletitas de la Bagley de los que todavía se acuerdan los vecinos.
A veces, uno puede quedarse incluso con las dos cosas: la selfie con los murales de la calle Lanín y la alegría que provocan, grabada en la memoria.
Un posible recorrido:
1) De película. ”Hay varias versiones de esta historia”, advierten en el Ente de Turismo porteño. A grandes rasgos, cuentan que la bella y rica Felicitas Guerrero (1846-72) se casó a los 18 años con Martín de Alzaga, de 50, tuvo dos hijos que murieron y enviudó. Martín Ocampo, para algunos amante suyo, para otros pretendiente, la mató cuando tenía 24 porque se enteró de que elegiría a Samuel Saénz Valiente para volver casarse. Y se suicidó. En 1875, los padres de la joven mandaron a construir una iglesia que combina rasgos neorrománicos y neogóticos alemanes. Una leyenda dice que allí sigue su alma, penando. La historia llegó al cine en Felicitas (2009), de Teresa Costantini. La iglesia está en Isabel La Católica 520.
2) Homenaje. A la Plaza Colombia la hicieron en 1937, tras demoler la quinta de la familia de Felicitas. Entre otros monumentos, cuenta conBarracas a la Patria, que Julio César Vergottini creó en 1940, explican en el Ente de Turismo de la Ciudad. Tiene un mástil de 25 metros y contaba con 5 figuras de bronce monumentales que "izaban" la bandera, pero fueron sacadas para restaurarlas y aún no las repusieron. Además, exhibe una gran placa, regalo de Colombia. La plaza se encuentra en Montes de Oca, Isabel La Católica, Brandsen y Pinzón.
3) De fábrica a complejo de lofts. La sede de la ex textil Piccaluga fue diseñada en 1920 por los arquitectos D. Donatti y V. Colomba en una parcela triangular de unos 7.000 m2. En 1965, pasó a manos de la compañía Revoltijo y luego a las de una fábrica de zapatillas. Después fue archivo de un banco. Hace más de una década, la construcción de rasgos funcionalistas fue reciclada para convertirse en un complejo de 70 lofts y comercios. Mantuvieron la fachada sobria y elegante y la cúpula, que encanta. En Lanín, Icalma y Salmún Feijoo.
4) Qué pinturita. A Lanín le dicen "la calle de los colores" porque los frentes de unas 40 casas fueron intervenidos con pinturas abstractas. La idea fue del artista y vecino, Marino Santa María, referente del arte público. Se inauguró en 2001, pintada, y en 2005, para que se conservara mejor, su creador sumó mosaicos y azulejos. Hoy formas y tonos abrazan hasta los troncos de los árboles. El conjunto del Pasaje Lanín encandila. Pero mirar cómo cada diseño se relaciona con la construcción sobre la que fue creado, casa por casa, cuadro por cuadro, también vale la pena.
5) Clásico renovado. El local de La Flor de Barracas abrió en 1906 y conserva su espíritu de bodegón y tango. Allí hubo peleas de compadritos y hay homenajes a los ex vecinos Angel Villoldo, padre del género, y Eduardo Arolas, “tigre” del bandoneón. Carlos Cantini, autor de un blog que cuenta cafés de Buenos Aires, Café contado, recuerda que por el local, pasaron payadores y orquestas típicas y, desde 2011, es Bar Notable. ¿Qué comer? De día, el “menú cuidado” (un plato, como milanesas o ravioles, y una bebida, $90) y de noche, opciones gourmet: "ensalada francesa" (rúcula, pera, queso azul y aderezo de almendras, $90) o "lonjas de lomo con panceta y morrones en salsa de pimienta negra con papas doradas" ($170). En Suárez 2095.
Fuente: Clarín
Link: http://www.clarin.com/ciudades/GPS-Barracas-fabrica-recuerdos_0_1529247478.html
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