La avenida Suárez comienza una fascinante mutación cuando pasa por debajo del Puente Pueyrredón y finalmente ingresa en otra área de la Ciudad, ya casi despojada de comercios y ganada en cada metro cuadrado por el cemento avejentado de un barrio fabril detenido en el tiempo: un arrabal de casas chorizo, que salpican las manzanas aún domadas por las edificios como cubos de las industrias que ya no son. Cáscaras vacías de sentido, o incluso en proceso de reconversión a condominios de lujo para una vida perimetrada, una burbuja bonita, pero sin dudas de falsa seguridad. Es, con todo, un escenario de paz.
Pero nada de esto es novedad para el hombre en cuestión. Hace 61 años que lo vive y lo respira, mientras reitera su rutina: todas las mañanas, Lamas Vázquez estaciona su Alfa Romeo bordó en la puerta de su peluquería sobre Suárez, levanta la persiana, enciende el ventilador, la radio, prepara las tijeras, se calza el guardapolvo celeste y se sienta, por último, a esperar la llegada del primer cliente.